En la actualidad se está viviendo una revolución biotecnológica, en la que la innovación es el mejor aliado de la agricultura del siglo XXI.
Una revolución es un cambio rápido y profundo. Lejos de ser una moda, las revoluciones rediseñan modelos obsoletos y replantean soluciones frente a nuevos retos. Así pasó con la llamada revolución verde, vivida a partir de los años 60 del siglo XX, que supuso un incremento de la productividad agrícola gracias a la adopción de nuevas prácticas nutricionales y tecnologías químicas de control de plagas.
La revolución verde cambió la forma y la cantidad de producción, pero, a la larga, también generó desequilibrios microbiológicos importantes a nivel de agroecosistema. Esto ha impulsado en la actualidad otra importante revolución, la biotecnológica, que junto al cambio de paradigma alimenticio constituirá la respuesta a los grandes retos que plantea la producción de alimentos en el siglo XXI, como son el aumento de la población mundial, el cambio climático, la sanidad vegetal y la conservación de los suelos.
Un acuciante problema –el reto demográfico– consiste en alimentar a más personas haciendo un uso más eficiente de los recursos. En el 2050, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), seremos 9,600 millones de habitantes en el planeta, con lo cual debemos aumentar la producción de alimentos en un 70%.
Una de las soluciones promisorias son los productos biológicos, ya que pueden beneficiar de manera sostenible a la planta y al microbioma del suelo en general, impactando directa o indirectamente en su rendimiento y calidad de las cosechas. Los microorganismos, por medio de su actividad metabólica, segregan una serie de sustancias que sirven de fuente de energía para las plantas y las nutren.
Otro reto importante es el cambio climático, con efectos importantes en la temperatura y el aumento de las precipitaciones. Los daños causados suponen gastos muy elevados, especialmente en los sectores que dependen, en gran medida, de determinadas temperaturas y niveles de precipitaciones, como la agricultura. Según la FAO, se necesitan entre 2,000 y 5,000 litros de agua para producir los alimentos consumidos por una persona en un día y debemos tener en cuenta que tan solo el 2.5% del agua de la Tierra es dulce.
Finalmente, tenemos la conservación de suelos. La aplicación de prácticas que garanticen la protección del suelo es fundamental, no olvidemos que un suelo sano está habitado por millones de organismos que interaccionan entre sí de diferente modo y que desempeñan funciones que hacen posible mantener el equilibrio del ecosistema y la disponibilidad de nutrientes en el suelo.
Por todos estos factores, estamos viviendo una revolución biotecnológica, en la que la innovación es el mejor aliado de la agricultura del siglo XXI.
Por: Gala García Imbernón (Directora general de Symborg Latam)